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| Nada muere todo se transforma: Fuente Pixabay |
La vida surgió como inteligencia a través de la información de las almas. La información de las almas surgió mediante la evolución del espacio-tiempo. El espacio-tiempo y su evolución surgieron debido al orden establecido en la expansión universal, y esta expansión se originó de la nada.
La vida no surgió como individualidad, se originó como jerarquía viviente, gracias a que nació como información evolutiva de una jerarquía de almas. La jerarquía viviente evolucionaría sin cesar como jerarquía enlazada a la jerarquía de almas.
La individualidad psíquica viviente sólo podía evolucionar como vida perteneciendo a una jerarquía, porque esa era la inevitable tendencia evolutiva del orden universal.
La jerarquía viviente está obligada a que cada individualidad esté enlazada a sus respectivas almas mediante enlaces energéticos de información.
Surgimiento de las almas
Las almas surgieron evolutivamente como información y evolucionaron con orden, acumulando cada vez más informaciones. Eso es una forma inteligente de evolucionar.
Las almas son inteligencias evolutivas, que a través de todas las vidas universales más evolutivas han evolucionado muchísimo, y se mantendrán eternas, ya que, como cúmulos ordenados de información que son, no sufren desgastes materiales.
Por el contrario, los seres vivos de cualquier planeta continuarán existiendo como vida o como alma cuando su sistema planetario se extinga. Pero habrá tiempo suficiente para que estos seres vivientes evolucionen y sepan que a través de sus respectivas almas podrán nacer como vida en otros planetas, para así poder evolucionar más. O si han evolucionado lo suficiente, pasarán a ser almas puras y justas.
Hay que tener en cuenta que las almas, como cúmulos de información que son, no ocupan lugar, no existen como tiempo y pueden trasladarse instantáneamente a cualquier sitio del espacio-tiempo, ya que fuera de este espacio no pueden existir, pues en el espacio oscuro todo es energía repulsiva.
Nuestra evolución viviente humana está muy poco evolucionada en comparación con la jerarquía universal de las almas.
Todo es inmortal, ya que todo se transforma
Gracias a la energía invisible ordenada que está en todo el espacio-tiempo, todo se transforma evolutivamente, que es una forma ordenada.
Las materias no vivientes evolucionan hacia el desgaste material y las vivientes lo hacen de manera jerárquica hacia sus inmortalidades como alma. Por eso, nuestros cuerpos al morir se transforman en otras materias, y estas en otras y así indefinidamente.
Las almas son cúmulos invisibles de información que recogen informaciones individuales de cada ser viviente, acumulando así informaciones de las sucesivas vidas que ha experimentado un mismo ser. Y como las almas pertenecen a una jerarquía, las informaciones de todas las vidas y sus evoluciones están ordenadas jerárquicamente.
Mediante las informaciones ordenadas de todas las vidas y sus experiencias vivientes, no será difícil para la jerarquía de almas diagnosticar con justicia, todo lo positivo y negativo, todo lo bueno y malo, todo lo justo e injusto que ha experimentado cada vida.
Porque toda experiencia viviente de todo lo viviente es información. Y como la vida y las almas pertenecen a unas jerarquías evolutivas, cada ser viviente volverá a nacer, donde le corresponda y como le pertenezca. Para sanarse evolutivamente del mal, y así evolucionar cada vez más, ya que la tendencia evolutiva es esa. Para ser completamente feliz se necesita ser alma pura, y para ser así se necesita evolucionar como vida las veces que haga falta.
La pureza es la justicia, que es el fin que persigue la evolución viviente. Así que tanto el bien como el mal se pagan evolutivamente. Todo el mal que se haga hay que pagarlo en sucesivas vidas para así evolucionar hacia la pureza evolutiva.
Así que nuestro ser físico, al igual que el psíquico, no muere nunca, se transforma evolutivamente. Pero lo más importante no es el ser físico, sino el psíquico, el alma psíquica, ya que nuestro yo psíquico es un alma inmortal.
Licencia Creative Commons 4.0
Autor: Salvador Sánchez Melgar

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